Yo llego a Soria en la primavera de 1920 y estuve allí hasta terminado el curso de 1922. Yo expliqué el último trimestre de un curso y dos cursos enteros. En ese último curso quedó vacante Gijón, la solicité y me dieron la cátedra. Ya había quedado vacante en Navidades y entonces yo, que ya pensaba solicitarla, por si acaso quise hacer una visita a Gijón, aprovechando las vacaciones, me fui a Gijón a ver a mi hermano. Gijón me la enseñó mi hermano el jesuita, y otro Gijón completamente distinto que me enseñó Moreno Villa. Moreno Villa estaba de bibliotecario del Real Instituto de Jovellanos. Entonces trabajaba fotografiando y estudiando los bocetos de la colección de Jovellanos, y tenía el encargo de editar por cuenta del Instituto. Era una persona simpatiquísima, yo no le conocía y nos hicimos muy amigos en aquellos dos días que yo estuve con él y me enseñó muchas cosas de arte de las que yo no tenía la menor idea sobre los valores de aquellos dibujos. Luego, cuando yo vine a Madrid, yo le iba a ver, él estuvo poco tiempo en esta biblioteca y se vino a Madrid, donde yo lo visitaba en la Residencia cuando se fue allí a vivir, que también coincidió allí con Federico. Iba muchas veces a comer, ya que Federico solía decir cuando iba a visitarles: «Quédate a comer». Solíamos oír el piano de la Residencia cuando había algún concierto de un artista, pero la mayoría de las veces éramos nosotros los que tocábamos.

Estando yo en Gijón, recibí un día para mí inolvidable, una carta de Ortega. Yo le había saludado en Madrid juntamente con los poetas y con los músicos, con Adolfo Salazar que trataba mucho, con Federico García Lorca y con Óscar Esplá. Todavía no existía la Revista de Occidente, ni yo tenía la menor noticia de que se fuera a fundar. Un día recibí una carta de Ortega, muy amable, diciéndome que iba a fundar la revista y quería que yo colaborase desde el principio, porque quería que la juventud estuviese presente en las páginas de la revista. Yo le agradecí muchísimo su atención y en el número primero salió una nota de Antonio Espina sobre el libro de Soria, que acababa de editarse, y después, en el segundo o tercer número, salió un primer ensayo mío y así se inició mi colaboración en la Revista de Occidente. Cuento esto porque la Revista de Occidente tiene una importancia creciente en lo que se refiere a la cohesión de lo que había de formar después un grupo, que por una circunstancia especial, como el centenario de Góngora, llegó a tomar un cierto carácter histórico.

Poco a poco yo los había ido conociendo a todos. Primero conocí a Salinas, como creo que he dicho ya. Díez-Canedo me habló de Guillén y me enseñó los primeros versos de Guillén. A Guillén le conocí en Valladolid el año 1924. A Lorca no puedo asegurar cuándo, pero antes, desde luego debió de ser hacia el año 1920 o 1921. A Dámaso le conocí también por esos mismos años 20. De Alberti no tenía ninguna noticia hasta la publicación de unos poemas suyos, que causaron gran impresión y que a mí también me gustaron mucho, poco antes de los Concursos Nacionales de Literatura del año 1925.

En estos Concursos Nacionales de Literatura, que organizaba Gabriel Miró como empleado del Ministerio, pero dada su autoridad literaria era él quien proponía los nombres de los jurados, propuso en ese año tres premios: uno de poesía lírica, otro de teatro y otro de ensayo. Yo me presenté al de poesía lírica, pero como exigían un libro de doscientas páginas, yo tenía un libro bastante menor que a mí me gustaba mucho que era Manual de espumas, pero no daba ni con mucho el número de páginas. Entonces pensé preparar con las otras cosas mías, con las de tipo tradicional, de interpretación de cosas vividas, amorosas, de paisaje, muy esencialmente un libro santanderino y gijonés, pensé en preparar y completarlo con algunas cosas que tenía ya en proyecto para tener el material suficiente para hacer el libro. Entonces lo presenté. Alberti presentó su Marinero en tierra. El jurado lo formaban: don Antonio Machado, el duque de Maura, Moreno Villa, Carlos Arniches y Menéndez Pidal, que era el presidente del tribunal, un tribunal de imponente altura. Yo me presenté en Madrid al final de unas vacaciones, en el mes de enero, con mi librito a entregárselo a Gabriel Miró, a quien yo no conocía más que por haberle enviado algún libro mío y por alguna carta que nos habíamos cruzado. Me encontré en el despacho del Ministerio, que era entonces el Ministerio de Fomento, frente a Atocha, donde estaba también el departamento de Instrucción Pública, me encontré a Gabriel Miró hablando con un señor que yo no conocía, de manera que quedé esperando. Gabriel Miró se dio cuenta de que no nos conocíamos y nos presentó: «Salvador de Madariaga y Gerardo Diego». Cuando se marchó Madariaga, me dijo Miró: «Él también se presenta».

El no presentar Manual de espumas me perjudicó, porque si yo hubiera hecho la pequeña trampa de ampliar ese libro como fuera, haciendo cosas rápidas para llegar a las doscientas páginas... De ese libro tenían una mejor impresión los dos poetas: Antonio Machado y Moreno Villa; pero yo no lo hubiera podido hacer, porque se daba la circunstancia de que quien me lo iba a editar era Moreno Villa, en los Cuadernos Literarios. Me parecía poco cortés presentarme al concurso estando él como jurado. Pero tengo una carta de Antonio Machado en que me dice: «Maravilloso su Manual de espumas, iqué lástima que no presentase usted este libro en vez de Versos humanos, que también está muy bien, pero que me hubiera parecido mejor el otro!».

Poco después conocí a Alberti, que vino a Madrid. Era casi ya el único de los que íbamos a formar el primer núcleo del grupo. Yo, cuando les explico a los alumnos la formación de este grupo, les he dicho que se formaba por parejas. Salinas y Guillén se habían conocido hace muchos años. Los dos tuvieron unas vidas muy paralelas, los dos fueron sucesivamente lectores de español en la Sorbona y los dos se casaron con mujeres francesas. Larrea y yo, teníamos también una amistad antigua, desde fines del año 1912; los dos habíamos sido compañeros de estudios en Deusto, los dos habíamos tenido los mismos ideales poéticos durante algún tiempo. Dámaso Alonso era muy amigo de Vicente Aleixandre, que no pensaba todavía en publicar nada, pero que poco después se iba a revelar también en la Revista de Occidente, con una serie de poemas como un poeta de primer orden y que han continuado siempre siendo intimísimos amigos. En cuanto a Lorca y Alberti, no es que fuesen amigos entre sí, porque más bien eran rivales, pero la opinión, al ser los dos andaluces, los convirtió en una pareja. Después, la trágica muerte de Federico y el poema que le dedicó Alberti, todo eso... en realidad, el paralelismo está en los dos poemas que dedicaron cada uno de ellos a Ignacio Sánchez Mejías, pero aparte de eso, el homenaje constante de Alberti a Federico ha continuado siempre en esa línea de tradición de los dos poetas.